En muchos momentos de mi vida me ha tocado
reconocer que me he equivocado, siento la horrible culpa dentro de mi pecho y
sé que debo disculparme e intentar reparar el daño que provoqué, intentar
restaurar la fisura, antes que se convierta en algo más serio. Claro que espero
que la otra persona me perdone y que pronto se resuelva el conflicto para poder
continuar como antes.
Pero existe una situación en que el
perdonar me resulta mucho más complicado, que es cuando alguien me lastima,
pero no se da cuenta. Me refiero a alguien dentro de mis conocidos cercanos,
digo los lejanos son personas extrañas por lo que no me sentiría mal por sus
acciones o palabras hacia mí, lo cual tampoco me pasa con los más cercanos como
mi esposo y mi hija porque nuestro vínculo es tan fuerte y rodeado de confianza
que ante cualquier ofensa o mal entendido somos capaces de hablarlo
inmediatamente y resolverlo.
Me pasó hace más de un año, lo sé, tan
complicado es para mí que me ha dado vueltas en la cabeza todo este tiempo, la
cosa es bastante simple en realidad, me abstuve de algo para darlo a otra
persona y no recibí un “gracias”. No quise apresurarme a juzgar así que esperé,
quizá, un mensaje, una llamada, una visita, pero nada. Creí que ya no era
prudente mencionar mi malestar porque ya había pasado bastante tiempo y no
quería parecer rencorosa; sin embargo creo que me comporté mucho peor cuando
dejé de hablar, cuando su vida y sus actividades dejaron de interesarme.
Muchas veces intenté perdonar, pensaba en
frases como “es mejor dar que recibir”, “es bueno dar sin esperar nada a cambio”,
pero no, honestamente no sentía eso, pero lo que sí comenzó a crecer en mí fue
el rencor y dejé que se instalara poco a poco en mi mente y mi corazón
La Biblia insiste en el perdón, cuando
Jesús agonizante en la cruz dice: Perdónalos Padre porque no saben lo que
hacen; me resulta increíble porque la muchedumbre está insultando a Jesús y ofende
a Dios con sus acciones y pensamientos, pero Jesús se compadece de ellos, porque
reconoce que son pecadores y sabe que aún en tal condición Dios es capaz de
extender su misericordia hacia ellos.
Me sentí mal al no recibir un “gracias”,
eso significaba mucho para mí, pero ahora reconozco que la otra persona tiene
defectos como yo también los tengo, ahora le perdono porque no lo puedo culpar
por algo que no sabe, no lo puedo responsabilizar o acusar por algo que ignora.
No me puedo enojar porque no le enseñaron a agradecer, a valorar el tiempo y
trabajo que los demás están dispuestos a dar para verlo feliz, porque no se ha
dado cuenta que el mundo no gira alrededor de él, porque no ha aprendido a
compartir sus alegrías; por todo esto le puedo perdonar sin que él me ofrezca
una disculpa.
Ahora bien, le agradezco que me enseñara
que todas las personas somos diferentes, aprendí que no todos piensan como yo, que
el único amor incondicional es el de los padres y que educar a mi hija será un
largo camino en que tendré que mostrarle con mi ejemplo lo que es ser
obediente, amable y generosa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario