domingo, 18 de octubre de 2015

Perdonar... ilumina el alma.

En muchos momentos de mi vida me ha tocado reconocer que me he equivocado, siento la horrible culpa dentro de mi pecho y sé que debo disculparme e intentar reparar el daño que provoqué, intentar restaurar la fisura, antes que se convierta en algo más serio. Claro que espero que la otra persona me perdone y que pronto se resuelva el conflicto para poder continuar como antes. 

Pero existe una situación en que el perdonar me resulta mucho más complicado, que es cuando alguien me lastima, pero no se da cuenta. Me refiero a alguien dentro de mis conocidos cercanos, digo los lejanos son personas extrañas por lo que no me sentiría mal por sus acciones o palabras hacia mí, lo cual tampoco me pasa con los más cercanos como mi esposo y mi hija porque nuestro vínculo es tan fuerte y rodeado de confianza que ante cualquier ofensa o mal entendido somos capaces de hablarlo inmediatamente y resolverlo.  

Me pasó hace más de un año, lo sé, tan complicado es para mí que me ha dado vueltas en la cabeza todo este tiempo, la cosa es bastante simple en realidad, me abstuve de algo para darlo a otra persona y no recibí un “gracias”. No quise apresurarme a juzgar así que esperé, quizá, un mensaje, una llamada, una visita, pero nada. Creí que ya no era prudente mencionar mi malestar porque ya había pasado bastante tiempo y no quería parecer rencorosa; sin embargo creo que me comporté mucho peor cuando dejé de hablar, cuando su vida y sus actividades dejaron de interesarme.

Muchas veces intenté perdonar, pensaba en frases como “es mejor dar que recibir”, “es bueno dar sin esperar nada a cambio”, pero no, honestamente no sentía eso, pero lo que sí comenzó a crecer en mí fue el rencor y dejé que se instalara poco a poco en mi mente y mi corazón

La Biblia insiste en el perdón, cuando Jesús agonizante en la cruz dice: Perdónalos Padre porque no saben lo que hacen; me resulta increíble porque la muchedumbre está insultando a Jesús y ofende a Dios con sus acciones y pensamientos, pero Jesús se compadece de ellos, porque reconoce que son pecadores y sabe que aún en tal condición Dios es capaz de extender su misericordia hacia ellos.

Me sentí mal al no recibir un “gracias”, eso significaba mucho para mí, pero ahora reconozco que la otra persona tiene defectos como yo también los tengo, ahora le perdono porque no lo puedo culpar por algo que no sabe, no lo puedo responsabilizar o acusar por algo que ignora. No me puedo enojar porque no le enseñaron a agradecer, a valorar el tiempo y trabajo que los demás están dispuestos a dar para verlo feliz, porque no se ha dado cuenta que el mundo no gira alrededor de él, porque no ha aprendido a compartir sus alegrías; por todo esto le puedo perdonar sin que él me ofrezca una disculpa.

Ahora bien, le agradezco que me enseñara que todas las personas somos diferentes, aprendí que no todos piensan como yo, que el único amor incondicional es el de los padres y que educar a mi hija será un largo camino en que tendré que mostrarle con mi ejemplo lo que es ser obediente, amable y generosa.  

El silencio me enseñó una gran lección, la ignorancia me llenó de sabiduría y aunque anhelaba escuchar las palabras correctas, es mejor aprender esta gran lección: que cuando alguien nos ofende, no debemos juzgar si esa persona merece nuestro perdón porque nos estaríamos colocando en un pedestal por encima del otro, sino basándonos en el hecho de que tanto yo como la otra persona somos imperfectos y ambos necesitamos del perdón. Es por esta sencilla razón que perdonar... ilumina el alma.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario